divendres, 22 de juny del 2018

DIUMENGE DOZÈ


Diumenge XII de durant l’any. Cicle B


"L’enemic número u de la fe no és l’error, sinó la por"



No sembla gens versemblant que en el petit i tranquil llac de Galilea es desencadenés un huracà de tal magnitud que posés en seriós perill a uns homes avesats al mar.
Què és el que ens interessa aquí?
Aquí no ens interessa saber si Jesús va fer o no va fer un miracle.
El que aquí ens interessa és la informació que se’ns dóna per comprendre i viure millor la fe en Jesús.
És normal que tinguessin por uns homes abocats a una situació greu, a un perill de mort.
No es veu que Jesús els hagués de renyar, per això. El que allà va passar es comprèn quan hom s’adona que Jesús associï la por a la manca de fe.
El decisiu per Jesús, en aquest relat, és que la manca de fe no consisteix en l’error o en la immoralitat, sinó en deixar-se endur per la por.
L’enemic número u de la fe no és l’error, sinó la por.
Perquè la por paralitza la capacitat de pensar correctament. I més encara, la possibilitat real de dir el que es pensa.
La por ens condemna al silenci estèril. I, a més, ens perverteix. Perquè ens fa injustament forts davant dels dèbils i ens fa dèbils davant del forts, dels poderosos i dels dèspotes.
Quan s’arriba a aquest enviliment ja no és Jesús qui condueix la nostra vida.
En tal situació, la nostra existència és joguina d’interessos inconfessables.
Per què?
Perquè no ens governa la veritat sinó la covardia.
Quina és la nostra opció habitual
la veritat
o bé la covardia?
Quina és?
Josep Llunell








¿Por qué tanto miedo?
La barca en la que van Jesús y sus discípulos se ve atrapada por una de aquellas tormentas imprevistas y furiosas que se levantan en el lago de Galilea al atardecer de algunos días de calor. Marcos describe el episodio para despertar la fe de las comunidades cristianas, que viven momentos difíciles.
El relato no es una historia tranquilizadora para consolarnos a los cristianos de hoy con la promesa de una protección divina que permita a la Iglesia pasear tranquila a través de la historia. Es la llamada decisiva de Jesús para hacer con él la travesía en tiempos difíciles: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Todavía no tenéis fe?».
Marcos prepara la escena desde el principio. Nos dice que era «al caer la tarde». Pronto caerán las tinieblas de la noche sobre el lago. Es Jesús quien toma la iniciativa de aquella extraña travesía: «Vamos a la otra orilla». La expresión no es nada inocente. Les invita a pasar juntos, en la misma barca, hacia otro mundo, más allá de lo conocido: la región pagana de la Decápolis.
De pronto se levanta un fuerte huracán, y las olas rompen contra la frágil embarcación, inundándola. La escena es patética: en la parte delantera, los discípulos luchando impotentes contra la tempestad; a popa, en un lugar algo más elevado, Jesús durmiendo tranquilamente sobre un cabezal.
Aterrorizados, los discípulos despiertan a Jesús. No captan la confianza  de  Jesús   en  el   Padre. Lo  único  que  ven  en  él  es una  increíble  falta de  interés por ellos. Se les ve  llenos de   miedo  y nerviosismo: "Maestro, ¿no te  importa que perezcamos ?"  
Jesús no se justifica. Se pone de pie y pronuncia una especie de exorcismo: el viento cesa de rugir y se hace una gran calma. Jesús aprovecha esa paz y silencio grandes para hacerles dos preguntas que hoy llegan hasta nosotros: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Todavía no tenéis fe?».
¿Qué nos está sucediendo a los cristianos? ¿Por qué son tantos nuestros miedos para afrontar estos tiempos cruciales y tan poca nuestra confianza en Jesús? ¿No es el miedo a hundirnos el que nos está bloqueando? ¿No es la búsqueda ciega de seguridad la que nos impide hacer una lectura más lúcida, responsable y confiada de estos tiempos?
¿Por qué nos resistimos a ver que Dios está conduciendo a la Iglesia hacia un futuro más fiel a Jesús y a su Evangelio? ¿Por qué buscamos seguridad en lo conocido y establecido en el pasado, y no escuchamos la llamada de Jesús a «pasar a la otra orilla» para sembrar humildemente su Buena Noticia en un mundo indiferente a Dios, pero tan necesitado de esperanza?
José  Antonio  Pagola


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